martes, 12 de enero de 2010

El adios a quechula

TUXTLA GUTIÉRREZ, CHIAPAS, A 3 DE ENERO DEL 2010.

EL ADIOS A QUECHULA.
ROBERTO REYES CORTES.
5º.reyes.

Lemuria
tierra perdida de Escocia,
Quechula, la concordia,
tierras perdidas
de Chiapas.

En el monte,
a escondidas de los ojos,
en la cañada,
un cedro viejo guarda en su memoria
la negra desventura de esta historia,
te la cuento ahora a ti,
como el me la contara.

Los pesados tractores, trascabos y pailoders
despedazan el silencio de las riveras verdes
cortando a tajos la montañas del río Mezcalapa
y comienza el exhodo de la gente que se escapa.

Los fierreros aprestan el fulminante y la pila acomodada
asegurando la dinamita en agujeros abiertos en la roca,
atan fuertemente los explosivos de la nitro ya cargada
son hábiles obreros encubiertos detonando la última tronada
que volverá fino polvo, la montaña de piedra triturada.

Los ingenieros de cascos de acero pintados de amarillo
aprestan bolígrafos y bitácoras, para relatarnos el cuento,
de cartuchos de dinamita explotando como yescas de cerillo,
que dejaran para siempre inerte, quebrado, el cadáver yerto,
mi río enterrado en tumba de arena y de cemento, muerto.

Una intensa alerta roja, corre por los valles, por la pradera,
brincando desde el fondo de los bosques y del río a la rivera,
donde brillan ojos de miles de animales que con espanto suben
por los riscos, por las cuevas, por todas las montañas, huyen..

Estruendo impresionante cubre la tierra destrozada,
mil gritos desgarrados, traspasan todos los confines,
las copas de arboles medrosos se esconden en las nubes,
revolturas de lodo y agua, cubren los muertos alevines
y como en libro del Dante crueles tragedias se reviven.

Del serpenteante camino, nacido arriba de la tierra calcinada,
los indios bajan en silencio el cerro, iluminados con hachones
de quemada lumbre, macilentos, perdidos; hundidos en la nada,
y se confunden con el funebre paisaje de su choza abandonada.

Como catacumbas perdidas en el misterio del tiempo,
riadas inmensas de agua torturada, se lanzan al vacio,
es la sangre, sangrada de las venas rotas de mis rios,
viajando en contínuos borbollones, de última cascada.

Por más que busco ya no miro, aquellos rojos cedros del bajío,
las antes formidables caobas gigantescas clavadas en las lomas,
los floridos cercos, enramados entre guirnaldas y palomas,
o risas de mujeres hermosas que rien bañándose en el río.

En donde estará el hato del ganado que pastaba en la pradera,
donde el maizal, el frijol, el plátano, el cafetal, la sementera,
en donde la maestra, mis amigos, donde aquellos mis hermanos,
aquella novia idolatrada que llenara de amor mi vida entera,
se fueron para no volver, no estarán en esta, ni en otra primavera.

Como Lemurios de la Escocia, perdidos bajo aguas de centurias,
Quechula y la Concordia son pueblos que también desaparecen,
dejando a humildes poblaciones rivereñas hundidas en penurias,
ahogadas en caudales, como llanto de las lluvias, cuando crecen.

En invierno, cuando las aguas bajan y el frío seco es más intenso,
se divisa lejano, el pico de una torre solitaria sin campana, ni badajo,
su iglesia, su santuario; sin rezos, sin las canciones de cada novenario,
sin velas, sin fieles, sin recuerdos, sin maitines y mirandose desde abajo
una plaza inundada, ahogada bajo el lodo, porque lo ha perdido todo.

Una inmensa mancha de agua negra cubre las antes bellas superficies,
lo que fueran Quechula, La Concordia, son pobres páramos rocosos,
casa común de serpientes, salamancas y de los pumas poderosos
y con el despojo de la tierra fértil, se inicia comercio escandaloso.

El agua convertida en vatios, kilovatios, luz y fuerza de la empresa,
compuertas, turbinas, casas de máquinas, Malpaso, la Angostura.

Dicen que de noche, una barca sin remos, se arrima a la costa solitaria de manglares
cantando salmos dedicados a la luna, lamentos lastimeros de aquellos historiales,
del río corriendo caudaloso, raudo, libre, entre colores rojo-verde de olorosos cafetales.

En las casuchas de palma sembradas en los cerros, los indios viven su desvelo,
iluminando la negrura de la noche, con las rojas brasas de las rajas del piñuelo,
en hogueras encendidas por la violencia atronadora de relampagos del cielo.

fin.

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